
En estos meses atrás hemos asistido a una iniciativa de la murga Los Diablos Locos llamada “EduCarnaval” cuyo fin se basa, primordialmente, en sembrar en nuestros pequeños la semilla de la cultura carnavalesca; un esfuerzo titánico de la murga que ya dirige Tomi Carvajal, encaminado a hacer ver a los niños de los colegios que participaron en dicha iniciativa que, nuestro Carnaval, nuestra fiesta más importante, es mucho más que una fiesta; que nuestras carnestolendas tienen una amplia variedad de vertientes, características y peculiaridades, que la convierten en una enorme demostración de que el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, es sinónimo de “cultura”. Dicha iniciativa contó con el aplauso de todo el que supo de ella y, además de felicitar a los trónicos por su esfuerzo, todos afirmaban que, además de apoyar a la murga en esta loable intención, esta iniciativa debería ser llevada a cabo también por nuestros representantes políticos en materia de educación quienes, después de décadas administrando los designios de nuestra fiesta, jamás se han interesado por crear una corriente cultural que gire alrededor de ella y que de a conocer, a nuestros pequeños, a nuestros jóvenes, y a nuestros no tan jóvenes, todo aquello que hace que nuestro carnaval sea una muestra cultural de dimensiones inimaginables: La pintura, el diseño, la música, el canto, la composición de letras, la artesanía y un largo etcétera de expresiones culturales que nacen, crecen y se desarrollan en el seno de nuestra fiesta.
Mención aparte merece también su historia, tan larga y curiosa como desconocida. Produce una sensación de tristeza comprobar el desconocimiento de los inicios de nuestra fiesta, sus orígenes, su génesis, su evolución a través de los años, el cómo llega hasta nuestra actualidad una celebración que se cree que ocurre con la conquista de nuestras islas por parte de los españoles y de la que las primeras referencias escritas datan, nada más y nada menos, que del siglo XVIII. Muy pocos son los estudios, aunque interesantes, que se han realizado para conocer más a fondo los detalles de nuestro carnaval: cómo nacen las primeras agrupaciones, las primeras rondallas, las primeras comparsas, los primeros cosos y cabalgatas, por qué nacen y desaparecen “las mascaritas”, qué parte del carnaval es importada y qué parte es nuestra, cual es la idiosincrasia que le ha aportado el chicharrero a la histórica lucha entre don Carnal y doña Cuaresma, en qué se basaba la desaparecida gastronomía carnavalesca, qué actos de la fiesta son inventados, cuáles nacen por sí solos o cuáles forman parte de rituales populares o ritos ancestrales que, de una forma u otra, se han incorporado al carnaval. Produce una inmensa desazón comprobar las pocas publicaciones al respecto y la antigüedad de las mismas. Obviando la de Caro Baroja del año 1965 que aborda el Carnaval en un ámbito más generalizado, nos tenemos que remontar al año 1983 para encontrarnos con la primera publicación seria que hace nuestro Ayuntamiento centrada en la historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, obra de Amparo Santos y José Solórzano. A partir de ahí hay que navegar a profundidad en los mares del olvido para encontrarnos con una tesis doctoral de Carmen Marina Barreto en 1993 en la que se hace un estudio antropológico de nuestra fiesta y con algunas aportaciones que incluye mi querido amigo Ramón Guimerá en su libro “75 años dando la murga” o el libro que un grupo de entusiastas componentes y colaboradores de la Afilarmónica Ni Pico Ni Corto publican en su libro “Chicharrero de Corazón, Santa Cruz en Carnaval”... y a partir de ahí, poco más. Pero en la mayoría de lo casos, estamos hablando de iniciativas particulares que, como mucho, exceptuando la de Santos y Solórzano, apenas cuentan con un apoyo claro y decidido por parte de la Administración Pública. Entristece ver cómo se intenta hacer la casa por el tejado y perder el tiempo en discusiones absurdas en plenos parlamentarios en los que se pretenden, de un plumazo, que la Unesco nombre a nuestra Fiesta como patrimonio inmaterial de la humanidad sin que haya un soporte cultural detrás que lo avale. Se hace necesario un programa como el que Diablos Locos puso en marcha pero mucho más amplio que abarque, con el decidido apoyo institucional, desde los más pequeños de primaria hasta los mismísimos universitarios, quienes a través de la creación de la correspondiente “Cátedra del Carnaval” conozcan los entresijos e historia de nuestra fiesta; que el Gobierno de Canarias se ponga manos a la obra para que nuestro Carnaval sea declarado “Bien de Interés Cultural”, y que todo ello contribuya, de forma importante, a que la Unesco le de a nuestra fiesta invernal, el espaldarazo que se ha ganado a través de los siglos.
Es urgente empezar con ello, mejor ayer que mañana; de lo contrario cada vez que hablemos con nuestros hijos o nuestros nietos del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, lo asociarán irremediablemente a la feria, al puesto de algodón de azúcar y, con suerte, si alguno ha estado en alguna murga infantil, al recinto ferial de la capital tinerfeña. En el tejado de nuestros políticos está la pelota de intentarlo y de procurar conseguirlo, y en el nuestro, el hecho de rezar para que esa pelota no se desinfle en el camino.
Pedro Mengibar, Presidente del Aula de Cultura del Carnaval de S/C de Tenerife